El mercader de Venecia by Riccardo Calimani

El mercader de Venecia by Riccardo Calimani

autor:Riccardo Calimani [Calimani, Riccardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-12-31T16:00:00+00:00


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El sermón del fraile

Era el 20 de enero de 1515: el día antes la nieve había caído copiosamente y la ciudad había quedado revestida por un manto blanco que la había convertido en un lugar encantado. Los tejados de las casas, las chimeneas, las barcas, los pozos, los puentes: todo estaba teñido de blanco. Después, la nieve se transformó en lluvia y las plazas y las callejuelas se llenaron de un barro sucio y resbaladizo. De vez en cuando alguien caía y se levantaba cubierto de cieno, blasfemando contra el invierno, el frío, el gobierno y, quizá, incluso contra algunos santos. Venecia se había vuelto triste y gris bajo la lluvia constante, pero la iglesia de Santa Maria dei Frari estaba a rebosar de gente hasta el portal del centro de la fachada, que se elevaba majestuosa, con sus agujas y sus ventanales góticos, entre las casas bajas y modestas que la rodeaban.

—Dios había predestinado que encarnaría en el vientre de María al jefe de la Iglesia militante, el jefe de nuestro mundo cristiano, y había predestinado que, con la sangre del martirio, se fundaría esta ciudad en los tiempos de Atila, el azote de Dios, porque, para mantener la fe cristiana, se debe combatir la barbarie. Pero no basta con combatir la barbarie de ayer. También se debe librar batalla a los nuevos delitos de los infieles de hoy y de aquellos que no han querido reconocer al Cristo Redentor. Si todos nosotros nos convirtiéramos realmente, todo se resolvería. Sobre nosotros caerá la bendición divina. Todo concluirá, todo será claro, todo será explicado.

Estas palabras, pronunciadas con énfasis y al mismo tiempo con aspereza, resonaron como conclusión de un largo sermón en la inmensidad del espacio de Santa Maria dei Frari y se perdieron, poco a poco, bajo las bóvedas, dejando silenciosos e inmóviles a los fieles recogidos en oración.

También Giovanni Maria d’Arezzo, el fraile predicador que acababa de pronunciarlas solemnemente desde el púlpito, estaba inmóvil con los ojos cerrados y la cara contrita.

Impasible en apariencia, pero conmovido en lo más íntimo, Davide Conegliano había asistido al rito desde el fondo de la nave. Por primera vez tenía la oportunidad de vivir en propia carne la hostilidad que los predicadores cristianos habían dirigido hacia los judíos cuando, como decía su padre, hablando de Dios olvidaban al hombre.

La noche anterior, en casa de Moses, se había celebrado una tensa reunión en la que había participado un grupo de judíos huidos del continente véneto y refugiados en Venecia.

—Me han contado que el padre Giovanni Maria d’Arezzo, de la iglesia de los Frari, está hablando de nosotros en términos muy desdeñosos —había intervenido Baruch Askenazi—. Es un osado orador, capaz de inflamar los ánimos de quien lo escucha. ¿Qué podemos hacer?

—No tenemos que hacer nada —había contestado enseguida Isaac Luzzatto en tono humilde—, solo debemos dejar que se desahogue, y todo pasará. Ya ha sucedido otras veces. Si intentáramos reaccionar de algún modo, se volvería furibundo y la situación podría empeorar. ¿Alguno de



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